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Mostrando entradas de julio, 2012

Esperando

A mi entrañable amigo Jorge Gómez Jiménez, por tender una mano a los escritores de provincia. I SUS NEGRAS MANOS la acarician desbaratándola en un sudor imposible de disimular. La percibe tan fría que la vuelve a acariciar una y otra vez hasta calentarla, hasta hacerla sudar mucho más. La percibe burbujeante. Se desprenden —ante semejante estímulo— unas gotitas envueltas en una aureola inconfundible de inocencia y ternura. Sin proponérselo, logra hacerla estallar en pompas que emergen con suavidad. Las manos cautelosas vuelven a recorrerla logrando que la sensación de cosquilleo parezca dormitarse. El burbujeo cesa y el sudor se vuelve incontenible; humedece no sólo los dedos invasores, sino la palma de la mano entera. Sus negras manos la acarician hasta que —sin querer— la calienta por completo.         II A lo lejos, el barman observa a la dama toquetear —con notable gesto de resignación— la copa de champaña. Se pregunta << ¿Por cuánto tiempo más lo

Terrazza

A Diego Niño Tenían siete semanas sin salir. La vecina lo había notado porque ella notaba todo: si entraban, si salían, si comían, si los visitaban, hasta si sacaban la basura en los días estipulados para ello. Y no sólo me refiero a ellos (Luis y Laura) sino el resto de mortales que vivían en esa cuadra. Tenía absoluto control sobre los habitantes de ese lugar que a lo mejor por eso Luis y Laura disfrutaban tanto de no tener que verla. Los encontraron en un abandono total. No podían determinar desde cuándo habían decidido no alimentarse, pero sus ojeras estaban tan amoratadas que tuvieron que moverlos para comprobar que no estaban muertos. Podía decirse que estaban enraizados al sofá. Allí tendrían quién sabe cuánto tiempo pensando en la inminente destrucción. Se habían devanado los sesos cavilando las posibles maneras en que la tierra desaparecía. A Luis le parecía muy romántico que un meteoro se estrellara contra todo lo que hasta ese momento conociera, que decidió abrazar