PERAS MADURAS
I
_ ¿Qué pasó?_. Dijo con un tono de reproche al que el muchacho sin remedio le temió. _ No, esta noche no puedo _. Sentenció él a pesar de sus propios temores al tiempo que le rogaba al cielo para que aquellas palabras resultaran convincentes. _ ¿QUEEEÉ? ¡No puedes dejarme así! _. Contestó furiosa la chica a la que al tono de voz empezaba a fugársele hilos de desilusión. Y ya no hubo remedio. Cada palabra que él dijera sería absurda. Cada excusa más absurda aún. Sólo existía una vía: ir a su encuentro.
La recogió cerca de la plaza El Obelisco. La chica traía un jean ajustado que le hacía sobresalir el abdomen hasta saturarla. El tono rosa de su camisa no lograba endulzar aquella expresión sombría de rabia y ansiedad. La saludó distante, deseoso de que se arrepintiera, de que aquello pautado para ese día se pospusiera para siempre. Que se borraran de forma automática cada una de las palabras y formaran parte de aquellos verbos impronunciables del diccionario. Pero no, seguían allí...