Justipreciar lo nuestro

Hace algunos años escuché de una querida amiga, a quien tenía influenciada el acento seductor de su novio caraqueño: “¿Se bañastes?” “¿Se arreglastes?” Aunque me daban muchas ganas de reírme en su cara, me contenía por consideración. Creía que sus galimatías se debían en parte a su enamoramiento y por su puesto, a su deseo de imitar lo que le era ajeno. Después oí a uno de mis profesores de pre grado, en medio de una concurrida dinámica grupal afirmar: “Súbate a esa silla, súbate, súbate!”; también dijo con total desparpajo: “Métate, métate!” Tales comportamientos son reflejo de nuestra idea de imitar todo lo foráneo, de no aceptar lo propio, de no sentirnos identificados con lo que nos pertenece ya sea por herencia o por simple idiosincrasia. Eso mismo sucede quizás con los escritores, pues, en su afán por conseguir la originalidad, el reconocimiento, producen obras que no se corresponden con la realidad histórico-cultural donde son engendradas. Si bien no puede negarse que hay que estar a la vanguardia, leyendo a los grandes escritores de todos los tiempos –y eso significa sin duda leer a los extranjeros- no puede desfigurarse el lenguaje en aras de hacerse mucho más internacional e “ink”. Así, es preferible leer una bella historia basada en nuestras montañas andinas por ejemplo, donde hemos nacido y crecido, que recreadas en unos Alpes Suizos que no hemos visto sino en el mapa mundi ¿Verdad? Estarán pensando, y como siempre con justa razón, que hay producciones literarias que se han hecho adelantadas a su tiempo, como la cuentística fantástica de Julio Garmendia o la poética de Ramos Sucre, pero no deja de ser cierto que lo hecho de manera auténtica, genuina, (como el de estos dos grandes) perdura más en el tiempo que lo marcado por la réplica –en muchos casos mala por cierto-. Si no pensemos por un momento ¿Por qué han calado en el gusto del público novelas como “La otra isla” o “Un vampiro en Maracaibo? Simplemente porque han sabido justipreciar los valores culturales de las regiones que enmarcan el desarrollo de sus tramas. ¿No será por conservar la esencia adolescente de sus personajes, que “Piedra de Mar” se considera la novela juvenil de Venezuela? O ¿No es preciso por representar con maestría la grandeza del llano venezolano que “Doña Bárbara” es considerada la novela venezolana por excelencia? Buenas preguntas!!!
ULA-Táchira (soryady@yahoo.es)

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