Autoedición: ¿Adelanto o retroceso?

Una de las razones por las cuales no se ha podido consolidar una literatura regional tachirense que trascienda al terreno de lo nacional es: la autoedición. Sí, ya sé que están pensando, que exagero, pero entre los muchos factores que han incidido en la perpetuación de este panorama es el afán por publicarse. Así pues, quien cuenta con los medios económicos o el poder institucional opta, ante las difíciles condiciones de publicación de nuestra nación, por la autoedición, obviando el importante, imprescindible e inaplazable ARBITRAJE que todo texto, de cualquier índole requiere. De esta manera, quien considera que acaba de escribir la última coca-cola del desierto o el tratado fundamental de la existencia humana, amparado por sus más irreprochables armas: el dinero y el ego, publica sin medir las consecuencias y termina por hundirse en el anonimato. Me explico: la meta mayor para los autores regionales es el respeto y reconocimiento en otros lares del país de modo que pueda llegar a trascender en el tiempo, no sólo en los lectores sino en los estudios críticos literarios que contribuyen a fortalecer una identidad literaria nacional. Pues bien, si con la plata con la que se cuenta alcanza para editar por ejemplo 500 ejemplares, la presentación oficial y distribución –de seguro- no pasarán del ámbito regional. Terminada la alharaca del bautizo y la fiesta de bienvenida a la gran obra del siglo, el autor acabará regalando sus libros a sus familiares y amigos más allegados; guardando por tanto lo que reste para ocasiones especiales y hasta en los casos más extremos para emplearlos como carta de presentación ante una entrevista de trabajo o aumentar el currículo. El drama no radica allí, sino que por no haber pasado por los canales regulares de arbitraje que poseen las editoriales grandes y serias, se pudieron pasar por encima los valores literarios fundamentales, es decir, se publica cosas en realidad “malas” por simple ego. ¿No es preferible entonces pasar por las terribles exigencias de las editoriales pero terminar llegando a las estanterías de casi todas las librerías del país con una obra aceptable?... El maestro Luís Barrera Linares en su libro “La negación del rostro” contaba que un colega suyo, llevaba a su aula los cuentos que él mismo escribía y ponía a sus alumnos a analizarlos, excusándose en ¿Quién mejor que él para criticar sus producciones literarias? Vemos en este individuo el resumen de todo lo antes expuesto ya que con una visión tan sesgada de nuestros escritos es difícil conseguir la calidad estética que logre calar en el complicado panorama nacional. Estarán diciéndose –en especial los escritores aludidos con estas líneas- que todo texto pasó al menos por un corrector de estilos, y habrán quienes inclusive se los enviaron a varios amigos para escuchar opiniones, e incluso saldrán muchos a la defensiva porque hicieron caso a esas opiniones, modificaron lo que les dijeron y cumplieron con todo el rigor exigido para el caso, pero insisto que si no se pasa por un proceso de arbitraje estricto (más allá de familiares, colegas y amigos íntimos) es poco probable que la literatura regional consiga el puesto que se merece, en especial porque proliferan por allí: crónicas que no son crónicas; ensayos que no llegan ni a “escritos con sentido”; novelas que parecen páginas de un diario amarillista o folletines de kiosco; poemarios que en realidad son denuncias; libros de cuentos que de cuentos no tienen sino el título; libros de crítica literaria con forma de recetas de cocina; haikus que parecen sudokus y pare usted de contar. Por eso es válido preguntar ¿Hasta cuándo vanagloriarse será el único y dañino motivo por el cual nos autoeditamos? ¿Hasta cuándo mantendremos los ojos vendados y seguiremos creyéndonos los ultra mega plus cuan perfectos? ¡Buenas preguntas!

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