Pequeños Episodios


A propósito de escritores regionales ¿Quién es David Colina Gómez? ¿Qué lo convierte en representante de la literatura regional? Pues bien, este abogado tiene en su haber un solo libro publicado “Pequeños episodios” (El perro y la rana, 2006) producto de haber ganado el concurso nacional “Certamen Mayor de las Artes y de las Letras”, no obstante, dedica un trabajo arduo a varias producciones narrativas que mantiene inéditas, lo que lo corrobora como una promesa de las letras tachirenses. Su opera prima concentra una serie de relatos que muestran “un estilo fresco en cuanto al ritmo narrativo”. Y es que el caudal de voces que se dejan sentir en este libro, son producto de un bagaje cultural muy amplio que posee el autor, gracias a sus numerosas lecturas. Dostoiesvki, Tolstoi, Dante, Sábato, Vargas Llosa, García Márquez, Bocaccio, Borges, Bolaño, Rulfo, Carpentier, Faulkner, Hesse, Kafka, Miller, Kundera, Quiroga (por mencionar unos pocos)…han sido sus referentes lectores más inmediatos, en síntesis, sus maestros. No es en vano (y mucho menos en este caso) que los especialistas afirmen que quien lee mucho con seguridad escribirá bien; con David, no ha sido la excepción, pues es esa afición a la lectura voraz lo que le ha otorgado tantas dotes narrativas. En las Palabras Preliminares de “Pequeños episodios” ya se deja entrever lo mucho que conoce sobre literatura y arte: “Acabo de ver una película de Lars von Trier, El elemento del Crímen. En ella, una mujer, pidiendo favores sexuales al protagonista, le solicita que meta a Dios en su cuerpo. Muchos años antes (muchos desde que lo leí, demasiados desde que fue escrito) un relato de Bocaccio ubicado en una de esas noches memorables de su Decamerón, narró la historia de un ermitaño joven y muy santo al que un día acudió una mujer joven y voluptuosa, pero portentosamente inocente (ah, la literatura). La joven quería servir a Dios en aquel retiro. Los primeros tiempos pasaron en penitencia y oración, mas luego el ermitaño, no soportando más el hervor de su sangre, decidió tener relaciones sexuales con la joven, convenciéndola de que el asunto no se trataba más que de una actividad al servicio del Señor. A tal efecto la invitó a meter al diablo en el infierno (El diablo moraba en la ingle de él. El infierno: lindo territorio en la entrepierna de ella). “Mala cosa ese diablo”, creo que dijo la joven la primera vez. Después encontró verdadero regocijo en su piadoso proceder.
La relación entre dos ideas de autores tan dispares me causó estupor, maravilla, contento. Y no es la primera vez que me pasa. Y no soy el único a quien le ocurre.”
Por eso, está de más invitarles a que se acerquen a esta obra; que la disfruten; que comprueben cuánto hay de cierto en mis palabras y cuan orgullosos debemos sentirnos de que se estén dando en nuestras tierras portentosos escritores como éste.

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