Relecturas


¿En qué consiste la literariedad de una obra? Esta incógnita ha dado pie a innumerables investigaciones en el campo, y dilucidado hasta cierto punto una respuesta bastante aceptable. No obstante, cada individuo determinará qué lo convence de una pieza hasta asignarle el título de “literaria”. Así pues, conseguimos quienes no les parece una “novela” la obra de Massiani “Piedra de mar”, mientras otros no sólo la aprecian como tal, sino que la consideran una de las más representativas obras narrativas de nuestra literatura nacional. Para mí es suficiente con que la obra en cuestión acepte relecturas para asentir su literariedad, es decir, si luego de leerla la primera vez me siento conforme y no expreso ninguna necesidad por volverme a pasear por sus pasajes, dudo de que cuente con los elementos que la convierten en verdadera literatura (me pasó por ejemplo con “A orillas del Río Piedra me senté y lloré” de Paulo Coehlo). Esa sensación de sorpresa al releer una obra la he vivido con las novelas de García Márquez (en especial “El amor en los tiempos del cólera” que ya le he dado tres relecturas); “Un vampiro en Maracaibo de Norberto José Olivar”; “El extranjero” de Albert Camus, entre otros clásicos de Vargas Llosa, Rulfo… y por supuesto con “El principito” que una y otra vez te deja esa sensación de novedad, de descubrimiento, imposible de explicar. Bien, todo esto viene a colación, porque conversando en estos días con un querido amigo, me expresaba que él no leía a los escritores regionales (tachirenses, para ser más específicos) porque no llegaban a producir verdaderas obras literarias; llegaban a lo sumo a importantes intentos por mostrar una realidad o ser muy malas imitaciones de escritores reconocidos. Aludí de inmediato (en defensa de mí misma y de todos los que nos hemos dedicado a hacer esos “intentos”) que es una afirmación bastante exagerada, puesto que a través de los años se han llegado a producir obras literarias de calidad, que nos representan muy bien en cualquier plano (regional, nacional e incluso internacional). Un buen ejemplo es el libro de Antonio Mora “Crónicas de Acirema” el cual ha sido muy bien “recepcionado” por el público lector de diferentes partes del país. De hecho, escuché a un profesor de la ULA decir que a esta pieza era hora que la incorporaran en los programas oficiales de bachillerato, por poseer una riqueza literaria invaluable y calar en públicos de todas las edades. En lo particular, hay que agregar que las crónicas pueden leerse y releerse una y otra vez sintiendo que nunca antes se ha pasado por esas líneas. Su grandeza radica preciso en degustarla como si fuera la primera vez.
Otro muy buen ejemplo es el libro de cuentos “El diario de Brom y otros relatos” de Pedro José Pisanu; en él se puede conseguir una solidez estilística imposible de tildar de imitación. Además, acepta las una y mil relecturas, pues, cada vez que regresamos a sus páginas hallamos elementos nuevos; detalles que se nos habían escapado. Por si fuera poco, los cuentos están concebidos para un lector inteligente, audaz, exigente, capaz de interactuar con el texto.
Para cerrar la tanda de ejemplos con que explicar que es un total exabrupto tildar de pobre a la literatura regional, tenemos el caso de “Pequeños episodios” de David Colina Gómez, quien concentra un grupo de relatos mordaces, que le exigen al lector su intervención y acepta, por supuesto, todas las relecturas posibles (yo por ejemplo, me he paseado por el libro de David muchas veces, saliendo –como siempre- fascinada).
A lo mejor es que no le hemos dado suficientes oportunidades a nuestros escritores, o de antemano los juzgamos por estar aquí, cerquita, con la inmediatez de ser nuestros amigos, vecinos, compañeros de labores. De pronto es que al sentirlos tan cercanos, tan familiares, los subestimamos y creemos que son sólo aquellos tocados por una especie de divinidad, los únicos capaces de hacer y re-hacer buenas historias, grandes historias, legendarias historias. A lo mejor es que nuestra capacidad de asombro está reservada para aquellos libros que llegan a nuestras manos empastados y sellados por las grandes editoriales del mundo; o tienen una cinta que explica cuántos ejemplares se han vendido alrededor del planeta. De pronto es que nos acercamos a las obras regionales con desconfianza, con prejuicios, o en el peor de los casos porque no estamos dispuestos a “perder un minuto de nuestras vidas leyendo eso”. En todo caso, ya va siendo hora de concederles una oportunidad a aquellos que han dedicado sus vidas a deleitarnos con su arte sin recibir siquiera el mínimo reconocimiento.

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